Sucedió con tan solo cinco años a su padre Sancho I “el Craso”. Así que mientras él crecía gobernó su tía, la monja Elvira (hija de Ramiro II).
Durante el segundo año de su reinado, hubo una invasión de vikingos en Galicia que venció a las tropas del obispo Sisnando. Durante tres años los invasores del norte ocuparon y saquearon todo el noroeste de la Península, llegando hasta la comarca de Tierra de Campos.
Los nobles se aprovecharon de que el rey fuera un niño para hacer lo que quisieron. El califa al-Hakam II pactó con ellos y dejó clara la superioridad de al-Ándalus durante muchos años. Fueron malos tiempos para el reino de León.
Cuando Ramiro III creció las cosas no mejoraron. En al-Ándalus al-Hakam II murió en el año 976 y fue sucedido por su hijo Hisham II, que tan solo tenía once años. Esto podía suponer un respiro para Ramiro III, pero el joven califa contó con la ayuda de Abu Amir, que sería conocido como Almanzor. Este caudillo dirigió docenas de campañas exitosas contra todos los territorios cristianos.
Al principio las principales ciudades leonesas lograron resistir los ataques de Almanzor, pero todo cambió a peor cuando comenzó una guerra civil en el reino de León. Y es que en el año 982 los nobles gallegos proclamaron rey a Bermudo, el hijo de Ordoño III. Esto provocó que las tropas del reino se dividieran entre los dos reyes, y que gastaran más energía en luchar entre ellas que en enfrentarse a Almanzor. El caudillo musulmán comenzó a resultar imparable con sus victorias, por lo que Ramiro III se vio obligado a pedirle la paz de forma humillante para poder centrarse en la guerra civil. Sin embargo, Ramiro falleció poco después, el 26 de junio del año 985, en Destriana (La Valduerna). Su rival entró en León y fue reconocido como rey con el nombre de Bermudo II.
Ramiro III no dejó buena memoria: los historiadores de la época dicen de él que tenía escasa inteligencia, y que era altanero y mentiroso.